Espigadores: “Dícese de la persona que recoge las espigas que los segadores han dejado en el rastrojo”. Existen desde hace siglos, y trabajan en los campos después de la siega, agachados, recogiendo las espigas, es decir las flores de las plantas llamadas gramíneas (por ejemplo los cereales).
Normalmente este trabajo lo hacían campesinas humildes en las grandes plantaciones. Hoy los espigadores también existen, aunque ya no sólo recogen las espigas que quedan en las cosechas. Son espigadores de ciudad, que buscan y se quedan lo que otros desperdician. La directora francesa Agnès Varda se ha recorrido media Francia con una cámara en la mano, para realizar un documental que haga pensar a más de uno sobre esta práctica.
La postura del espigador es la misma, no ha variado con el tiempo. Antes se agachaban en el campo, y ahora entre las basuras. Antes recogía espigas y ahora manzanas, patatas, carne, relojes, televisores, juguetes… En este mundo tan consumista todos los días se despilfarra.
El primero de los personajes que aparece en el documental es un ex camionero en paro. Trabajaba demasiadas horas diarias y no respetaba los turnos, así que en un control le pillaron y su empresa le despidió. Su mujer se fue de casa con sus hijos y se quedó en la indigencia.
Hoy vive en una caravana y se alimenta de lo que otros tiran por cualquier causa. Una patata con forma de corazón que no se vende en los supermercados, una manzana demasiado oscura, un yogur del que pasa un día de caducidad…
Pero no todos son como él. Algunos son trabajadores, que por cuestiones éticas se dedican a recoger basuras. “La gente no se da cuenta de que no podemos seguir despilfarrando de esta forma. Hay que reciclar para respetar al medio ambiente. Yo me dedicó a buscar lo que está nuevo y todavía puede ofrecer servicio”.
Agnès ha hablado con ellos y los ha grabado para el documental. Otros espigan porque son artistas y con los objetos elaboran obras de arte. “Son como regalos que están en la calle, como si siempre fuera Navidad”, dice uno de ellos.
A veces la sociedad no les comprende, pero ellos tampoco entienden a los que consumen sin sentido. Y menos aún a las grandes empresas que no dejan recoger los alimentos o los objetos que desperdician.
Agnès también los ha grabado con una cierta incomprensión. ¿Por qué los pobres no pueden recoger lo que vosotros tiráis? “Por que no es legal”, responden. Pero mientras toneladas de comida se pudren, otros se mueren de hambre en el mundo.
Esta película fue tejida con varios hilos –el de las emociones que sentí cuando me enfrenté con la pobreza, el de las posibilidades ofrecidas por las pequeñas cámaras digitales y mi pelo gris–”. Así define Agnès Varda su documental.
La directora también quería expresar su amor a la pintura. “Tenía que unir las piezas y hacer que tuvieran sentido en la película, intentando no traicionar las cuestiones sociales a las que se refiere: los desperdicios y la basura”.
A lo largo de su carrera esta directora nacida en 1928 ha sorprendido con algunos de sus títulos. Desde su primer trabajo, La pointe courte, que realizó sin tener ninguna formación ni conocimiento técnico alguno sobre películas ni objetivos y que sorprendió a muchos, han pasado ya 48 años, en los que ha ganado varios premios, entre ellos el Oso del Festival de Berlín y el León de Oro del de Venecia.
Durante la recolección de trigo en el verano de 1999 vio en televisión a un granjero que explicaba que si su cosechadora no estaba bien ajustada perdería muchos granos. Entonces se acordó de que hace muchos años existían unas personas llamadas espigadoras, y se dispuso a grabar un documental “de camino errante”, como ella lo define, en busca de estas personas.
“Me las arreglé para acercarme a ellos, para sacarles fuera de su anonimato. Descubrí su generosidad. Hay muchas maneras de ser pobres, manteniendo el sentido común, el sentido de cólera o de humor”.