El fresco histórico que Fernando Solanas comenzó a hacer sobre la Argentina de los últimos años en Memoria del saqueo continúa en La dignidad de los nadies (2005).
Aquí, da voz y muestra el trabajo de miles de personas (representadas en una decena de historias) que le han hecho frente, de diferentes maneras, a la debacle social mediante comedores populares, piquetes, recuperación de fábricas, trabajo solidario en hospitales públicos e impidiendo remates de tierras, entre otros ejemplos.
Así se conectan las historias de un motoquero baleado en el Obelisco el 20 de diciembre con la de un militante social que da de comer a cientos de niños en una barriada popular; así pasamos de la historia de Darío Santillán (el piquetero asesinado en el Puente Pueyrredón) a la de un grupo de mujeres que resiste, a fuerza de cantar el himno, el remate de terrenos con pagos atrasados; así se engancha el caso de la fábrica de cerámicas Zanón con un corte de ruta piquetero transformado en celebración popular.
Solanas logra hacer un film que hace justicia a su título, presentando personajes dignos, coherentes, luchadores, gente —nadies, ningunos, todos— que en sus pequeños ámbitos tratan de rearmar, pieza por pieza, los pedazos de este país fracturado.
Aquí, da voz y muestra el trabajo de miles de personas (representadas en una decena de historias) que le han hecho frente, de diferentes maneras, a la debacle social mediante comedores populares, piquetes, recuperación de fábricas, trabajo solidario en hospitales públicos e impidiendo remates de tierras, entre otros ejemplos.
Así se conectan las historias de un motoquero baleado en el Obelisco el 20 de diciembre con la de un militante social que da de comer a cientos de niños en una barriada popular; así pasamos de la historia de Darío Santillán (el piquetero asesinado en el Puente Pueyrredón) a la de un grupo de mujeres que resiste, a fuerza de cantar el himno, el remate de terrenos con pagos atrasados; así se engancha el caso de la fábrica de cerámicas Zanón con un corte de ruta piquetero transformado en celebración popular.
Solanas logra hacer un film que hace justicia a su título, presentando personajes dignos, coherentes, luchadores, gente —nadies, ningunos, todos— que en sus pequeños ámbitos tratan de rearmar, pieza por pieza, los pedazos de este país fracturado.
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